Comentario
En Burgos, feudo artístico tardomedieval de los Colonia, es el escultor Nicolás Ibáñez de Vergara quien primero adopta del vocabulario ornamental clasicista, aplicándolo con inflexiones góticas en los sepulcros de Juan de Ortega (Santa Dorotea), de los Gumiel y de los Frías (San Esteban) y en diversas obras de mazonería. Los arcos con casetones, palmetas, láureas y motivos a candelieri, tomados de Vázquez y -de las estampas de Zoan de Andrea y fray Antonio de Monza y con referencias lombardas, se funden aún con alfices, arcos escarzanos y molduras góticas. De parecido tenor es la Puerta de la Pellejería, realizada por Francisco de Colonia en la catedral por encargo del obispo Rodríguez de Fonseca (1516), y en cuyas ingenuas esculturas trabajaba todavía en 1530 Bartolomé Haya. Responde al tipo de fachada-retablo, y es obra de defectuosa articulación y descompensada estructura. Los motivos agrutescados y vegetales -entrelazados con las armas catedralicias y del obispo- proceden de grabadores italianos y los remates son a la lombarda, pero nada logra enmascarar el carácter medievalizante del arco de ingreso, adornado con una corona de palmetas. Ya en la puerta de la, sacristía de la capilla del Condestable se habían dejado sentir las enormes limitaciones del último de los Colonia en la asimilación de las formas clásicas, al disponer el entablamento como si de una imposta gótica se tratara. De otro empeño es la extraña hibridación estilística que llevó a cabo Juan de Matienzo en la muy gótica capilla de la Consolación.
Mas notable resulta el palacio de los condes de Miranda, en Peñaranda de Duero, con su bella portada de directa inspiración lombarda, de mayor definición plástica, y ventanas de preciosista labra. Escudos entre láureas, figuras de guerreros, cartelas, putti, trofeos y bustos -el de Hércules en la parte alta- sirven a la exaltación heroica de don Francisco de Zúñiga y Avellaneda. En el interior, los elementos de tipo morisco se conjugan con otros de vaga influencia francesa. Y su interesante patio, con galerías escarzanas adornadas con medallones, tiene que ver con titubeos clasicistas de Luis de la Vega, en Valladolid y Medina del Campo, o con la ampliación claustral del monasterio de Huerta.
Anteriormente, el retorno de Diego de Silóe, formado en Italia, supuso ya un impulso decisivo para la arquitectura renacentista burgalesa, que se inicia con la realización de la Escalera dorada (1519-1522), en la catedral, tanto por su creativa solución para salvar el desnivel con la puerta de la Coronería, desde modelos de Bramante, como por la integración de los elementos arquitectónicos clasicistas. Silóe, que habría de partir hacia 1527 a Granada, representa un salto radical en la aplicación de los principios estructurales y formales de la arquitectura romana, que vino a plasmar también en la torre de Santa María del Campo (desde 1527), en su articulación de los cuerpos inferiores y en su conformación como un gran arco triunfal, con órdenes clásicos. Pero el uso de la acentuación de las formas ornamentales, con henchida carnosidad y aún con auténtico horror vacui (Escalera dorada), daría a sus contemporáneos una visión menos nítida del significado real de su obra. No hay una castellanización en el arte de Silóe, sino vulgarización castellana de las aportaciones del burgalés. Juan de Vallejo es el principal exponente de esta tendencia, que lleva a los sepulcros de la capilla catedralicia de Santiago o a la portada de la iglesia de San Cosme, con sus característicos cuernos-peana y sus formas verticales.
A él se debe la casa de Iñigo de Angulo, paradigma de la arquitectura civil burgalesa, que en realidad fuera de Lope Hurtado de Mendoza. Es edificio de simétrica fachada torreada en el que, con ya más evolucionado lenguaje decorativo, la atención se centra en la portada y en los cinco vanos principales, usando estilizados soportes abalaustrados, dinteles con variadas ménsulas y frisos de dinámicos grutescos que son auténtico muestrario de psicomaquias. Suya pudiera ser también la paredaña casa de Miranda, en cuyo patio (1545) de doble galería adintelada, con singulares capiteles-zapata, se desarrolla un ciclo figurativo entre grutescos, de similar labra, que el profesor Sebastián explica en clave amatoria. La portada presenta afinidades con otras muchas de la ciudad. Pero la principal realización de Vallejo fue la erección del nuevo cimborrio de la catedral, por derrumbamiento en 1539 del que levantara Hans de Colonia, adoptando la solución estrellada y una plena definición gótica que se siguió hasta la conclusión de las obras (1568), no sin integrar entre su apretada tracería hispanoflamenca de vanos y pináculos estilizadas columnas jónicas, balaustres, hermas, canéforas y figuras pseudomitológicas.
En cuanto al Hospital del Rey, es obra varia. La Puerta de Romeros (1521), con repetidos motivos heráldicos y crestería de flameros, es de una acumulativa apariencia, manifestándose su descompensada estructura en el interior reducida a un castillete colgado con elementos italianizantes, mientras que el pórtico del Hospital (h. 1535) parece de marcada influencia salmantina y presenta una arquería de molduración gótica, frenteada con estilizadas columnas abalaustradas, y un ancho friso con bustos de héroes y reyes en veneras invertidas, además de un adornado ático con escudos castellanos y el relieve de Santiago Matamoros, que lo significan como fundación real y hospital de peregrinos.